lunes, 27 de marzo de 2017

De Beethoven: 190 años de que se nos fue.

Este timbre postal junto con su marco, son un
recuerdo querido de mi maestra de piano, me lo
obsequió su hijo cuando ella se fue para siempre.
Recuerdo haberlo visto siempre en el piano en
el que dábamos la clase y ahora en el mío. 
Ayer se cumplieron 190 años del fallecimiento del Gran Beethoven, debido a esto tv-unam transmitió un documental muy interesante sobre el cabello de Beethoven. Cuenta la historia de un mechón de pelo del genio, que Hiller cortó de su cabeza una vez que el músico hubo fallecido, se reconstruye el camino seguido por esa reliquia desde Hiller hasta un par de coleccionistas de USA. 

En este documental se hace peculiar mención a la petición de Beethoven de que se le practicara una autopsia a fin de que se determinara el por qué de su sordera y de las enfermedades crónicas que le aquejaron, él quería que se supiera, para poder evitar el mismo sufrimiento si esto fuera posible, a otras personas. Movidos por esta petición, y dado que uno de los coleccionistas es un médico, acordó con su socio que se estudiaran 20 cabellos de Beethoven, para poder descubrir cuál fue en realidad la causa de su muerte y de ser posible de su sordera, ya que la autopsia que se le realizó pues no dejó nada en claro, más que su enfermedad en el hígado, pero nada sobre su sordera.

Dentro del análisis se sorprendieron mucho el no encontrar rastros de morfina, ya que era lo más común para aliviar el dolor en aquella época, se dedujo que Beethoven prefirió aguantar los dolores que sufría, que no eran una vacilada, con el afán de estar lúcido y seguir escribiendo música. Pero lo que determinaron como la causa de muchas de las enfermedades e inclusive de la sordera del genio de Bonn, fue el alto nivel de plomo que encontraron en su cabello, Beethoven sufrió de envenenamiento por plomo, y esto pudo haber iniciado desde muy temprana edad.

Si tienen oportunidad de ver este documental es muy interesante, se llama así: El Cabello de Beethoven.

Y para seguir recordando a Beethoven, miré la película Immortal Beloved, y de la carta en base a la que gira la historia de esta película les dejo la despedida:


"Que doloroso anhelo de ti

de ti – de ti - 
tú – tú mi amor – mi todo – 
adiós –
oh, continua 

amándome – nunca 
juzgues mal el más fiel 
corazón de tu
amado

siempre tuyo

siempre mía
siempre nuestro"

sábado, 25 de marzo de 2017

De Lectura: Libro Al Servicio de la Música

Recientemente terminé de leer "Al Servicio de la Música", libro de Eusebio Ruvalcaba, quien tristemente falleció hace muy poco. Estuve investigando sobre su bibliografía, ya que los artículos de su autoría que he leído me han gustado mucho; encontré un libro de cuentos sobre música y músicos y bueno lo pude conseguir en formato no electrónico (no me gustan para nada los libros electrónicos, aunque hay veces que no queda de otra para poder llevar a cabo una lectura interesante). El libro me ha gustado mucho son cuentos muy pequeños en total 29, que están divididos entre los que están dedicados a figuras históricas de la música  y otros cuyos protagonistas viven por y para la música, me atrevería a pensar que algunos son más bien anécdotas, leí sobre Beethoven, Schumann, Mozart, Bach y por supuesto uno dedicado a mi amor Chopin.

Antes de compartirles el texto dedicado a Chopin, también quiero incluir en esta entrada un párrafo de Don Eusebio que se lee en sus Palabras introductorias de su libro: 
"el artista dedicado a la música no puede dejar de lado su cometido de conmover. Que en igual medida habría de distinguir a quien se dedica a las letras".

Ahora sí el cuento ¡Disfruten!:

El ángel guardián
Para Carlos Vázquez

En el lecho de muerte, apoyada su espalda en un almohadón de plumas, con el rostro aún más pálido que el de un cadáver, los ojos inyectados de una bruma que sólo era capaz de traspasar un inusitado brillo, como si del fondo de sí mismo se atisbara un rayo de luz, Frederick Chopin se enjugó un hilillo de sangre que le resbalaba por la comisura luego de la última hemorragia, la segunda de esa mañana, y que le habría impedido hablar con claridad. Porque siempre le había molestado que no se hablara con la prosodia adecuada como si hablar mal fuera un vicio; alguna vez le confesó al amor de su vida: George Sand  -novelista que ciertamente tenía por las palabras una preocupación que iba mucho más allá de lo esperado-, que atropellarse al hablar era una de las muchas formas de vulgaridad. Y nadie tan enemigo de lo prosaico como él mismo, para quien el espíritu de fineza vuelto música era como su piedra de toque al momento de componer.

-Hoy es cumpleaños de mi hermano- le dijo su viejo amigo, el sacerdote Alexander Jelowicki-, y quiero que me des algo para él.

-Ya di todo lo que podía dar- respondió Chopin, haciendo un esfuerzo por no toser y por pronunciar cada palabra con todas sus letras, de tal modo que su interlocutor entendiera perfectamente lo que estaba diciendo-, hasta mi corazón lo tengo dado.

En efecto, acaso un par de horas antes, abrumado por una hemorragia que se presentó en modo de ráfaga y que lo había dejado exhausto., Frederick había pedido pluma y papel -justo la pluma que habitualmente tenía a la mano, por si sobrevenía alguna idea que fuera preciso apuntar-, y había escrito: “Como esta tos acabará ahogándome, los convoco a que abran mi cuerpo para que no me entierren vivo y que mi corazón sea extraído y llevado a Varsovia”. Puso este mensaje en la mano de la condesa Delfina Potocka, quien había acudido desde Niza para despedirse del hombre Chopin -y a quien él había dicho: “Por eso Dios tardaba tanto tiempo en llamarme ante su presencia. Quería, por último, proporcionarme el placer de volverte a ver. No podría aspirar a más”.

-Hay algo que puedes darme… -insistió el padre Jelowicki. Amigos desde la juventud, los dos llevaban muy en alto la sangre del pueblo polaco. Cada uno desde su trinchera, no perdían oportunidad de evocar la gloria de esa gran nación, así como la opresión de que era pasto. En el caso de Chopin, su padre se había encargado de mantener encendida en su hijo la llama del patriotismo. Y de ahí en adelante cada vez que los dos amigos se reunían, hablaban de su patria con ardor y entusiasmo. Eso los mantenía unidos aún más que las aventuras que habían vivido de adolescentes.

-No hay nada más que pueda dar a los hombres. He vaciado en mi música todo lo que estaba en mi mano. En esta mano.

Entonces, haciendo acopio de una fuerza inusitada -que provocó la admiración del padre Jelowicki-, levanto su mano hasta que la articulación entre brazo y antebrazo quedó a la atura de sus ojos. Con esa mano había escrito toda su música. Con esa mano había descubierto una veta musical y revolucionado el arte del teclado.

-Puedes darme tu alma.

-Es decir, ¿entregar mi alma a Dios?

-Así es.

-Siempre quedará algo por darse -dijo Chopin mientras contemplaba con tristeza infinita sus manos-. Uno pensaría que al momento de morir por fin se acabaron las cuentas pendientes. Pero  no es así. Aunque después del alma, ya no hay nada que dar.

-Pues procedamos.

En tanto el padre Jelowicki preparaba sus objetos sagrados para aplicar la extremaunción, el pianista y compositor cerró los ojos.  Se vio de niño, corriendo en un claro del bosque. Sus padres lo observaban de lejos, ella tomada del brazo de él. Había nevado, y de pronto, en aquella superficie tan blanca que hería la vista, distinguió el movimiento casi imperceptible de un pajarillo que inútilmente se esforzaba por levantar el vuelo. Se acercó, lo cargó y lo puso junto a su corazón para darle calor. Cuánto ímpetu, cuánta voluntad por vivir había en ese pequeño e insignificante ser.  Cada partícula de su cuerpo luchaba por ese aliento de supervivencia que impele a los seres vivos. Con sus manos enguantadas, el niño lo frotaba, o bien lo aproximaba a su boca y trataba de calentarlo con oleadas de vaho tibio y vibrante de vida. De repente, en un instante que juzgó él prodigioso, el pajarillo se armó de valor, desplegó las alas y emprendió el vuelo.

Pero vio más.

Se vio en un carruaje, al lado de su querido y admirado Felix Mendelssohn Bartholdy, en un viaje entre París y Lyon. Caía una lluvia torrencial, y los dos amigos compartían una buena tanda de vino Rotschild, que Mendelssohn se había encargado de adquirir por una cantidad estratosférica -no había poder humano que lo hiciera desistir cuando se proponía cumplir algún capricho, y más aún si iba de la mano del placer-, y cuyas botellas destapaba con un sacacorchos de mango de marfil adornado con una esmeralda, “que alguna vez estuvo entre las piernas de una mujer”, comentaría Felix Mendelssohn en uno de los arranques provocadores que tan bien definían su personalidad. Los guiaba en este viaje un cometido singular, para el cual se habían preparado a conciencia: asistir a un concierto que daría Franz Liszt, y en el cual tocaría las últimas sonatas de Beethoven, hazaña que nadie se atrevía a llevar a cabo por considerarse esas obras extremadamente difíciles y áridas, tan incomprensibles para la mayoría. Se vio, pues, sorbiendo aquel vino hasta la embriaguez. Pero entonces sucedió un acontecimiento inesperado: se rompió el eje trasero del carruaje lo que detuvo violentamente el vehículo y obligó a los pasajeros a apearse. Cubiertas sus espaldas con una capa impermeable, de pronto Mendelssohn y Chopin se encontraron cara a cara bajo aquella tormenta; y ahí, en ese momento y en ese lugar, con el agua que resbalaba por sus ojos, Chopin tuvo una revelación que no lo abandonaría jamás: distinguió en el rostro perlado de Mendelssohn el aura inconfundible de la muerte. Apenas un año mayor Mendelssohn -y a la inversa de Chopin, dueño de una salud portentosa-, sin embargo vio cruzar una sombra siniestra en esos rasgos  finos y delicados de su amigo alemán; en efecto, moría al poco tiempo, antes que Frederick. Por las gotas de lluvia que resbalaban en su cara, Mendelssohn no distinguió las lágrimas de su amigo.

Cuando el padre Jelowicjki terminó el sacramento, una sensación de pesadez cayó como un manto negro en todos los que se encontraban en la habitación. Nadie se atrevía a mover un músculo. Chopin volvió en sí -aquellas evocaciones lo habían turbado sobremanera-, y le dijo a su amigo el sacerdote: “Gracias. Garcias a ti no moriré como una bestia”.

Enseguida pidió escuchar un poco de música. La música, ése su ángel guardián.

En cuanto esta gripe inmunda me abandone (y por ende la medicina que me tiene medio dopada y soñolienta)  prometo reanudar la vida de George Sand para alcanzar el punto que llevo de la biografía de Chopin y así continuar conociendo más de mi músico favorito.

lunes, 6 de marzo de 2017

De Conciertos: El Emperador en la Nezahualcóyotl

El pasado domingo 26 de febrero fui a la Sala Nezahualcóyotl a escuchar el Concierto para Piano no. 5 – Emperador, del Gran Beethoven, claro que no fue la única pieza del recital, pude escuchar también, en primer lugar la Obertura Coriolano op. 62 del mismo autor, y después del intermedio la Sinfonía no. 4 de Schubert, pero la que me hizo moverme temprano el domingo para alcanzar un buen lugar en el 2do piso de “la Neza” fue el Concierto Emperador que es uno de mis favoritos y vaya que valió la pena, la interpretación de la OFUNAM, del solista Mto. Lukas Vondracek, todos dirigidos por el Mto. Srba Dinic me pareció maravillosa. 

Al Mto. Vondracek no lo conocía y toca muy bonito el piano, no logré identificar el encore que nos regaló tras recibir una gran ovación por parte de su público. Aquí les dejo lo que se lee de él en el programa:


Es tan hermoso ese concierto, desde el primer acorde logra emocionarme y que se me ponga la piel de gallina y sí también logra que el mundo entero desaparezca y logró de que me olvidara por poco más de 40 minutos que por ahora no puedo correr. El programa me platicó un poco su historia: 

“El 12 de mayo de 1809 Napoleón bombardeó Viena. En el sótano de la casa de su hermano Carl, Ludwig van Beethoven cubría desesperadamente sus oídos para acallar el estruendo de las detonaciones. A las dos de la mañana del 13 de mayo, Viena se rindió y fue ocupada por los franceses. Poco más de dos semanas después Haydn alcanzaría el fin de sus días, y con él quedaría atrás el Clasicismo Musical. Meses después, pasado el caos de la ocupación, Beethoven terminaría su Concierto para piano no.5, consolidando así el surgimiento del Romanticismo en la música, que ya había sido proclamado años atrás por su Sinfonía Heroica, dedicada originalmente al hombre que casi le revienta los oídos.

Ya desde su estreno en Leipzig, el 28 de noviembre de 1811, la crítica se refirió al Quinto concierto como ‘uno de los más originales y efectivos, pero también uno de los más difíciles de todos los existentes.’

(Ah esta parte del texto me encanta: )
En este concierto solista y orquesta se fusionan para generar un discurso en el que ninguno de los dos está supeditado al otro, y en el que el virtuosismo que se exige del pianista no es un fin en sí mismo, sino que está al servicio de una profunda expresividad.

La obra está dedicada al archiduque Rodolfo, amigo, alumno y mecenas del compositor, cuya partida de la ciudad durante los bombardeos motivó además, la composición de la sonata para piano conocida como Los adioses.”


Me gustó mucho lo que aprendí de uno de mis dos conciertos para piano favoritos, el otro es el no. 1 de Chopin, claro está.

Algunos de los recuerdos que me trae El Concierto Emperador es por supuesto a mi maestra de piano, pero también que fue la primera obra que el escuché a la Mta. Valentina Lisitsa allá en el 2007 con la Orquesta Sinfónica de Minería. 

Recuerdo bien que lo vi por televisión y que al escucharla tocar me dije “si vuelve a venir no me perderé su concierto” y un año más tarde, tuve la oportunidad de escuchar ese mismo concierto con mi querida Val y la Orquesta Filarmónica del la Ciudad de México y eso fue genial, bueno pues hasta firmó mi programa.


Encontré en youtube ese concierto de 2007 aquí la liga ¡Disfruten!

miércoles, 1 de marzo de 2017

De Chopin: ¡Feliz Cumpleaños!

Hoy es el cumpleaños número 207 de Federico Chopin, mi músico favorito, a quien está dedicado este blog, a quien adoro.

A manera de celebración voy a transcribir un pequeño texto que leí en la revista Pauta dedicada al cumpleañero, es una cita de André Boucourechliev de un escrito o declaración (eso no lo tengo claro) de George Sand sobre Chopin y sus momentos de composición:

"Su creación era espontánea, milagrosa. Chopin la encontraba sin buscarla, sin premeditación. La música llegaba repentinamente a su piano, completa, sublime. Sonaba en su mente mientras él paseaba y luego se empeñaba en escucharla de nuevo mientras la hacía descender al instrumento. Pero en ese instante comenzaba una de las labores más desconsoladoras a la que yo haya jamás asistido. Se trataba de una serie de esfuerzos, de irresoluciones y de impaciencias por encontrar ciertos detalles del tema que él había escuchado con anterioridad: así, aquello que había concebido de un solo golpe era analizado en exceso en el intento de plasmarlo sobre el papel. El pesar de no reencontrarlo plenamente, según él, lo sumía en una especie de desesperación. Se encerraba en su cuarto durante días enteros, llorando, caminando de un lado a otro, rompiendo en pedazos sus plumas, repitiendo y cambiando cien veces el mismo compás que escribía y borraba y volvía a escribir. Al día siguiente recomenzaba con una perseverancia minuciosa y desesperada. Pasaba seis semanas trabajando en la misma página para volver a escribirla tal y como la había trazado en su primer chispazo."


Y no es un pastel lo que está en ese platito, es un bombón de frambuesa cubierto de chocolate oscuro en forma de corazón, una delicia digna para celebrar a Chopin. 
¡Felices 207! y a festejar escuchando su música.